Lagartijas del Mar Adriático
En el mar Adriático, frente a Croacia, hay una pequeñísima isla llamada Pod Mrcaru, de 2.8 ha de superficie, toda cubierta por arbustos. Ningún ser humano habita la isla, solo existe una población de lagartijas. La historia del origen de éstas es fascinante.
Hasta 1971 no había ninguna lagartija en esa isla, pero en la isla contigua, Pod Kopiste, isla de roca y sin arbustos, habitaban algunas lagartijas –Podarcis sicula– que, hasta la fecha, se alimentan de insectos. En ese año, el investigador israelí Eviatar Nevo decidió exportar a Pod Mrcaru 5 parejas de lagartijas de Pod Kopiste y averiguar cómo sobrevivirían en condiciones del todo distintas a las de su lugar de origen. Por desgracia, Nevo no vivió para verlo, pues la guerra de Yugoslavia, que comenzó en 1991, impidió que se visitara la isla durante años.
Al final de la guerra, un grupo de investigadores regresó en 2004 y se topó con una verdadera sorpresa: la isla estaba poblada con lagartijas muy distintas a las de Pod Kopiste. La nueva población de Pod Mrcaru se había adaptado en pocos años para alimentarse de hojas en vez de insectos, había desarrollado cabezas más grandes que le permitían mordidas más fuertes, sus patas eran más cortas y se movían con mayor lentitud. Cuando se procedió a hacer el análisis de ADN, se confirmó que las lagartijas de Pod Mrcaru eran sin duda descendientes de las de Pod Kopiste. Pero el hecho más asombroso fue el que descubrieron al diseccionaron algunas lagartijas.
El aparato digestivo había cambiado de manera radical. Las lagartijas habían desarrollado una nueva cavidad estomacal habitada por bacterias que les permitían digerir la celulosa de las hojas. Y su comportamiento había cambiado también: eran menos agresivas, pues no había necesidad de cuidar el territorio, ya que no había competidores y en la isla encontraban comida de sobra. En contraposición, las lagartijas de Pod Kopiste han sido siempre muy agresivas y defienden su territorio con ferocidad, pues encuentran pocos insectos que comer.
En solo 33 años y alrededor de 20 generaciones, la selección natural había provocado una adaptación sorprendente. El ejemplo es en particular interesante pues muestra cómo pueden surgir rasgos complejos y cambios en la conducta en poco tiempo.