Similitudes en el genoma de los primates

La secuencia de ADN de un ser humano contiene alrededor de 3,000 millones de pares de bases nitrogenadas (moléculas orgánicas que incluyen 2 o más átomos de nitrógeno): adenina, timina, guanina y citosina. El orden de aparición del 98.8% de estas bases es idéntico al de un chimpancé, lo cual significa que solo el 1.2% de nuestro genoma –36 millones de pares de bases– es diferente al de estos simios.

Nos separamos de la rama de los chimpancés hace alrededor de 6 millones de años y podemos suponer que durante ese tiempo, la mitad de las diferencias, 18 millones, ocurrieron en nuestro genoma y la otra mitad, los otros 18 millones de diferencias, ocurrieron en el de los chimpancés. 

También se sabe que dados 2 seres humanos, sus genomas difieren en 3 millones de pares de bases. La pregunta inmediata es: ¿estas diferencias de solo 15 millones de pares de bases contribuyeron a la evolución del ser humano o son solo ruido?

Si se compara nuestro genoma con el de los ratones, el 96% de nuestros genes se encuentran ubicados en el mismo orden en el cual aparecen en el genoma de ellos. En 75 millones de años, desde la separación del ancestro de los primates y el de los roedores, los cambios en el ADN no aparentan ser muy grandes. Todo parece indicar que la evolución del ser humano no dependió del incremento en el número de genes.

La evidencia genética sugiere, al menos en el caso particular de los primates, que la evolución del ser humano se debió más a cambios en el control y expresión de los genes y no a los genes en sí. Se conocen secciones del genoma, pensados en un inicio como ruido o basura pero ahora identificados como genes controladores o reguladores, cuya función es permitir o impedir cuándo otros genes se encienden. En conclusión, la diferencia entre un chimpancé y un humano no está en sus genes sino en la manera como éstos se expresan.

Hembra chimpancé con crío

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