¿Por qué el cuerpo humano tiene tan poco pelo corporal?
Entre todos los primates, los humanos somos los únicos que tenemos cuerpos casi totalmente carentes de pelo corporal. Todos los monos y los demás simios tienen sus cuerpos cubiertos de pelambre de muy diversos colores, así como la gran mayoría de los mamíferos.
¿Qué sucedió que nos quedamos casi desnudos?
El pelo corporal cumple una función en los demás animales. Sirve como aislante térmico y protege contra golpes y raspones, la humedad, los rayos del sol y los parásitos y microbios potencialmente dañinos. También permite el camuflaje para confundir a los depredadores, y los patrones de diseño característicos de cada especie permiten a los miembros reconocerse uno a otro. Sin embargo sí hay especies de mamíferos que han perdido el pelo corporal. Las ballenas y demás parientes, que viven todo el tiempo bajo el agua, tienen la piel desnuda y esto les facilita el nado a grandes distancias. Para compensar la falta de aislamiento térmico han desarrollado grasa por debajo de la piel.
Los elefantes, rinocerontes e hipopótamos también han perdido el pelo corporal pues están constantemente en riesgo de sobrecalentamiento. Mientras más grande es un animal, menos superficie de contacto con el aire tiene y le es más difícil deshacerse del exceso de calor.
Nuestros cuerpos desnudos no se deben a que vivamos bajo el agua ni a que tengamos cuerpos enormes. Todo parece indicar que la pérdida de pelo corporal se debe a la necesidad de permanecer frescos.
Los humanos somos los únicos animales que desarrollamos glándulas sudoríparas en la piel que nos permiten deshacernos de hasta 12 litros de agua al día.
El proceso debe haber comenzado hace alrededor de 3 ma cuando el planeta entró en una etapa de enfriamiento que provocó que el este de África se convirtiera en un lugar más seco. Ahí es donde vivían nuestros antepasados.
Esto trajo como resultado que aparecieran extensas zonas de sabanas y pastizales y que la comida escaseara. Nuestros antepasados seguramente se vieron en la necesidad de cambiar sus hábitos de vida a una vida más activa: había que recorrer grandes extensiones en busca de agua y plantas comestibles.
El registro fósil muestra que hace 2.6 ma nuestros antepasados empezaron a comer carne. La cacería también implica el recorrer grandes extensiones persiguiendo a la presa.
Este aumento en la actividad diaria tuvo un precio: el riesgo de sobrecalentamiento. Los fósiles de Homo ergaster, de hace 1.6 ma, muestran que sus cuerpos ya tenían proporciones esencialmente modernas que les permitían caminatas y carreras prolongadas. Inclusive los fósiles muestran desgaste en las rodillas, tobillos y caderas, producto del esfuerzo corporal.
La pérdida de pelo corporal trajo como resultado una ganancia en la habilidad de disipar el exceso de calor en el cuerpo a través de las glándulas sudoríparas ecrinas y esto hizo posible el aumento en tamaño de nuestro órgano más sensible al calor: nuestro cerebro.