¿Cómo evolucionó el ser humano?
Hoy en día no cabe la menor duda que:
Homo sapiens evolucionó en África;
es la única especie sobreviviente de entre muchos otros homínidos que vivieron desde hace 7 millones de años en la región del Valle del Rift;
y tiene un antepasado común con los simios vivos al día de hoy.
Nunca hubo un primer ser humano. Lo que existió fueron diversas poblaciones de homínidos evolucionando con lentitud.
Actualmente, los únicos homínidos vivos somos los seres humanos. Nuestros padres, abuelos, bisabuelos, tátara-tátara-tátara abuelos, todos, fueron humanos. Iguales a nosotros. Entonces, cómo nos relacionamos con las especies que vivieron en el pasado?
Si formamos a nuestros antepasados directos en una fila de enorme longitud:
El individuo número 100 en la fila, nuestro antepasado de hace 100 generaciones, es un humano idéntico a nosotros que vivió cuando todavía existía el Imperio Egipcio.
El individuo número 1000 en la fila, nuestro antepasado mil generaciones atrás, es otro humano nacido hace 25 mil años, parecido a los pintores de la Cueva de Chauvet en Francia o de Altamira en España.
El individuo número 10,000 en la fila, 10 mil generaciones anterior a nosotros, todavía parece humano, pero ya se le notan algunas diferencias con nosotros. Es uno de los hombres del Paleolítico, contemporáneo de Omo I, el fósil más antiguo de Homo sapiens que se conoce.
El que está en el lugar 75 mil, hace 75 mil generaciones y millón y medio de años, ya no es del todo humano, es un Homo erectus, pariente cercano del Hombre de Java. Él utilizaba algunas de las hachas de mano conocidas como Achelenses para destazar los animales que cazaba. Sus herramientas de piedra reciben el nombre por el lugar donde se descubrió una primera hacha en el siglo XIX: Saint Acheul, Amiens, Francia.
La hembra que está en la posición 120 mil es una australopitecina, parienta de los Australopithecus afarensis, pequeña de tamaño y con brazos muy largos, que puede colgarse de los árboles. Tres millones de años nos separan de ella. Vivió en África y es parienta cercana de Lucy. La mayoría de sus contemporáneos desaparecieron sin dejar descendencia, pero ella fue de las pocas afortunadas que logró que sus genes sobrevivieran.
Y la que está en el lugar millón y medio, que vivió hace 25 millones de años, esa antepasada se parece a los primeros simios, como el fósil Proconsul. Esa parienta nuestra vive en los árboles, donde se puede proteger de los leones, leopardos y chitas que la acechan.
Podemos continuar así, pasando por nuestro antepasado pez vivo hace 375 millones de años y contemporáneo de Tiktaalik, por nuestro antepasado contemporáneo de los primeros vertebrados que vivió en el Cámbrico hace 525 millones de años, el que es de los primeros multicelulares que vivió hace 600 millones de años, hasta llegar al antepasado común de todos los seres vivos actuales en el planeta que vivió hace entre 3,500 y 3,800 millones de años.
A lo largo de la fila que forman todos nuestros ancestros, nunca aparecerá un individuo que sea distinto de su hijo o de su padre. Sin embargo, todos los individuos tendrán un antepasado a larga distancia que ya es muy diferente a ellos. Los personajes formados en la fila son todos muy parecidos a sus vecinos, pero mientras más nos alejamos de su ubicación, más diferencias encontramos.
Como cuando alguien decide tomarse una fotografía diaria a lo largo de su vida. Las primeras fotos serán muy diferentes de las últimas, más no existe ninguna que marque el momento en que el individuo fotografiado pasó de niño a adolescente o de adolescente a adulto.
La evolución de los homínidos a partir de los simios se conoce con bastante detalle. Aun cuando no existe ningún fósil de antepasado de simios ni de ningún homínido con una edad entre 7 y 10 millones de años, es posible afirmar que el linaje de los australopitecinos –que comprende Ardipithecus y Australopithecus– se separó del linaje de los simios al final del Mioceno, hace entre 6 y 7 millones de años.
Los simios vivían en selva tropical, razón por la cual no hay fósiles. En las selvas, el material orgánico se descompone mucho antes de poder fosilizarse. Un enfriamiento global en la temperatura del planeta al final del Mioceno, exacerbado en el este de África por el movimiento de placas tectónicas, hizo que aumentara la altitud y provocó la aparición de bosques de árboles alrededor de la selva. Algunos simios cuadrúpedos atrapados en las zonas boscosas, se adaptaron a bipedismo terrestre y cuadrupedismo arbóreo, dando lugar a la aparición de los australopitecinos.
Después, hace 2.5 millones de años, hubo otro enfriamiento global ocasionando la aparición de la sabana en África, igual a la que existe en la actualidad. Solo los homínidos que ya tenían algunas adaptaciones al bipedismo pudieron adaptarse una vez más a una vida del todo bípeda.
Es válido conjeturar que si los cambios climáticos no hubieran sucedido, los descendientes de los simios no habrían tenido la necesidad de moverse en el terreno en dos patas y Homo no habría aparecido. Así, podemos afirmar con toda seguridad: somos el resultado de la evolución sucesiva de una serie de especies. Baste señalar que nuestros rasgos aparecieron en épocas muy diferentes y distantes una de la otra.
La rodopsina, esa molécula que tenemos en la retina de los ojos, está presente en todos los sistemas visuales, desde los más sencillos, como las bacterias y archaea, hasta los más complicados. Tiene más de 2,000 millones de años.
Los huesos de nuestros brazos – húmero, cúbito y radio – tienen 380 millones de años. Aparecen ya en Eusthenopteron, el pez ligeramente anterior a los tetrápodos.
La estructura de nuestras manos tiene 375 millones de años y se puede apreciar en las aletas de Tiktaalik.
Dos de los tres huesos de nuestro oído medio tienen del orden de 200 millones de años. El martillo y el yunque evolucionaron a partir de huesos de la mandíbula de los reptiles. El estribo corresponde al hueso del oído medio también de los reptiles.
Nuestras uñas tienen 55 millones de años, las compartimos solo con el resto de los primates y son el equivalente de unas garras aplanadas.
La cola la perdimos hace 23 millones de años, cuando dejaron de tener cola los antepasados comunes de todos los simios actuales. Por alguna razón la cola dejó de ser necesaria, después de que por millones de años otras especies la habían utilizado como fuente de locomoción –el caso de los peces–, como balance en el equilibrio –el caso de los felinos– o como una cola prensil –el caso de los monos del nuevo mundo–.
Nuestro dedo pulgar, el único que es por completo oponible entre los simios, tiene del orden de 5 millones de años y es más largo que el de todos ellos. Ese dedo pulgar jugó un papel muy importante, ayudándonos a tomar objetos con las manos, a manipularlos y convertirlos en herramientas útiles. Eso nos diferenció de muchos otros homínidos.
Somos bípedos desde hace 3 a 4 millones de años, como lo confirma el fósil Ardi. Esa es la edad de nuestra pelvis y de nuestras rodillas, que son muy diferentes a las de los simios vivos ahora.
Nuestros pies, que carecen de dedo gordo oponible, ya los tenía Homo habilis hace 2.5 millones de años.
Nuestro cerebro, de casi litro y medio de volumen, tiene de 1 a 2 millones de años, edad que corresponde también a nuestra gran frente.
Uno de los rasgos más recientes es nuestro mentón, que tiene del orden de 200 mil años: somos el único homínido con esa protuberancia ósea debajo de la zona labial. Se cree que fue un resultado colateral a medida que nuestros rostros disminuyeron de tamaño por cambios hormonales, al volvernos más sociables y menos agresivos.
Toda esta combinación de rasgos que nos identifican, es el resultado de muchas y muy diversas adaptaciones sufridas por nuestras especies antepasadas: los seres humanos no aparecimos de la noche a la mañana, evolucionamos paso a paso.
Darwin sabía que se podía apoyar en los fósiles para defender su teoría, pero también sabía que sus críticos lo iban a desafiar, pues el acervo de fósiles era escaso. Si aun hoy tenemos muy pocos fósiles, en la época de Darwin había muchos, muchos menos. Él sabía que le iban a cuestionar por qué no se habían encontrado todos los fósiles intermedios entre una especie y otra. “Yo creo que la respuesta está en que el registro es incomparablemente menos perfecto que lo que se supone en general”, escribió Darwin en El Origen de las Especies. “La corteza de la Tierra es un vasto museo, pero las colecciones naturales han sido hechas de manera imperfecta y solo a intervalos de tiempo muy largos”.
Ciento cincuenta años más tarde sabemos que el registro fósil está lejos de estar completo. Los investigadores que se han dedicado al estudio de la fosilización y han observado cómo los animales muertos decaen con el tiempo, han replicado la química que convierte al tejido vivo en roca. Lo que sucede es que la mayoría de los animales muertos son comidos por otros organismos, ya sea carroñeros o por insectos, bacterias u hongos. Son muy pocos los animales o plantas que justo después de morir quedan cubiertos por sedimentos. Además, son muy pocos los fósiles que tienen la fortuna de ser identificados por un ser humano. De ahí el hecho de que el registro fósil sea escaso.
Pero eso no significa que los pocos fósiles con los que contamos no sean una evidencia contundente de que la evolución sucede. Con el transcurrir del tiempo, se irán descubriendo más fósiles y otras disciplinas irán enriqueciendo nuestra evolución con evidencias adicionales. El rompecabezas se irá completando, quizá con algunas enmendaduras y rectificaciones, pero, sin lugar a dudas podemos estar seguros que hasta la fecha contamos con una visión global de la historia tal y como sucedió.